Comentario
El ministro alemán de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop, llegó al imponente edificio de la Cancillería del III Reich al poco tiempo de recibir por medio de su embajador en Estocolmo la gran novedad de una posible negociación con Gran Bretaña. El Führer, que se hallaba acompañado por el general Jodl, se mostró de inmediato dispuesto ante las que debían ser sus condiciones para acabar con la guerra: "Si Inglaterra está decidida a la paz, sólo hay cuatro cuestiones que arreglar, ya que no quisiera, sobre todo después de Dunkerque, que perdiese su prestigio, ni hacer una paz que implicase tal cosa de ninguna forma. Estos cuatro puntos son los siguientes:
"1. Alemania está dispuesta a reconocer, en todos los aspectos, la existencia del Imperio Británico.
2. Por tanto, Inglaterra debe a su vez reconocer a Alemania como la potencia continental más importante, ya que hacerlo así sólo será en razón de la importancia de su situación.
3. Pido que Inglaterra nos entregue las colonias alemanas. Me contentaré con una o dos de ellas para arreglar la cuestión de las materias primas.
4. Deseo concluir una alianza permanente, perpetua, con Inglaterra".
Por eso, en la tarde del 18 de junio de 1940, durante la entrevista en Munich de los dos dictadores, el yerno de Mussolini recibió de von Ribbentrop la sensacional confidencia de que los británicos, por medio de Suecia, deseaban negociar la paz.
Diez días después, Hitler informó al teniente coronel Böhme, en una de sus conversaciones de sobremesa, que esperaba alcanzar pronto un acuerdo con el Gobierno de Londres: "De este modo, la guerra habrá terminado en Europa central y occidental. Alemania necesitaría entonces un largo período de reposo para asimilar todo cuanto acaba de conquistar".
El primer ministro británico estaba perfectamente al tanto de la tendencia pacifista dominante en una parte no despreciable de su equipo ministerial, siendo cabeza visible de la misma lord Halifax, pero el viejo león no le cabía en la cabeza la posibilidad del más mínimo entendimiento con los nazis.
Se hallaba muy lejos de cometer el mismo error de Arthur Neville Chamberlain en Munich. La prinicipal razón que impulsaba a Churchill hacia la guerra con todas sus consecuencias era que Hitler seguiría sin respetar acuerdos mientras quedara en Europa un territorio libre de su tiranía. De esta forma, la firmeza del duro premier logró desbaratar los planes derrotistas de Halifax y sus seguidores, demasiado timoratos para ofrecer un peligro serio.
Por otra parte, Richard Austen Butler jugó en algo más de una semana una carta decisiva al pasarse al otro bando, el de los más fuertes. Con sólo treinta y siete años y una gran carrera política por delante, el joven subsecretario británico declaró al embajador rumano en Londres -27 de junio de 1940- que no habría ninguna negociación mientras la Wehrmacht ocupara una pulgada de territorio extranjero.
El propio Churchill hizo todas las presiones a su alcance para imponer la difusión de la verdad, basada única y exclusivamente en las posibilidades de éxito de la tendencia pacifista de Londres, algo que podía herir el orgullo nacional británico.
Hubo que esperar al verano de 1965 para conocer la historia completa. La sensacional noticia dejó boquiabiertos a millones de ciudadanos de la Gran Bretaña, que sólo entonces comprendieron en toda su magnitud el desarrollo de ciertas carreras políticas.
Lord Halifax sufrió un dorado exilio diplomático al ocupar el puesto de embajador en Washington de 1941 a 1946. En cuanto a Richard A. Butler, después de ser canciller del Exchequer (Administración Financiera) en el gabinete de Churchill de 1951, no pudo suceder a éste y continuó de ministro hasta noviembre de 1956 con Anthony Eden, siendo temporalmente premier y jefe del Partido Conservador -del que sería nombrado presidente en 1959.